Bien de mañana marchaban el padre y el hijo por el camino, hacia la feria del pueblo vecino, montados en sus borricos.
El padre divisó una herradura tirada en un lado del camino y le pidió al hijo que la recogiera.
El hijo no quiso hacer caso, pensó que era un trabajo innecesario tenerse que bajar del borrico, agacharse a coger la herradura, y volverse a subir otra vez al animal.
El padre que vio la mala disposición del muchacho, bajó él mismo de su burro, la recogió y siguieron su camino.
Después de hacer todos los encargos y las compras en la feria, emprendieron el viaje de regreso a casa.
Durante el camino, el padre iba comiendo las exquisitas cerezas y, de poco en poco, dejaba caer una cereza al suelo. El hijo, ya hambriento a esas horas del mediodía, bajaba de su burro, se agachaba, las recogía y se las comía.
Después de unas cuantas veces de que esto ocurriera, el padre comentó:
- Hijo, por no haberte querido agachar esta mañana una sola vez, te toca ahora agacharte muchas.
El hijo comprendió que la vagancia no conduce a nada bueno, al contrario, quien es diligente en el trabajo prospera y no pasa necesidad.