A quien anda triste y apagado, no preguntes la causa de su desgracia, mejor le aseguras que en ti tiene un buen amigo . Al que llora amargamente sin consuelo, no escudriñes el motivo de su llanto, mejor dile que tu tienes hombro, pañuelo y sonrisa. A quien atraviesa tambaleante por la vida, no analices el porqué de su confusión, mejor le muestras que tu guardas una luz, un consejo, un bastón por si llegara a necesitarlo. A quien camina sin templo y sin oración, no preguntes porqué es un descreído, mejor le enseñas a Dios y le metes en el secreto de tu plegaria. Al que se resiste a seguir y se siente agotado, no le vayas con normas, deducciones o raciocinios, mejor le das la mano y le dices "voy contigo". No le preguntes a cada uno por su necesidad, mejor le demuestras que siempre hay un sueño más asombroso que su mala suerte.
Era muy exigente la hija de aquel rey, como correspondía a su linaje y abolengo.
Acababa de despedir a una de sus doncellas y decidió tomar a su cargo a otra recién llegada a la corte. La primera vez que esta nueva doncella se dirigió a la princesa lo hizo de una manera muy coloquial, como lo haría con una amiga. La princesa contrariada por esa conducta no tardó en increparle: - ¿Acaso no sabes con quién estás hablando?. Se me debe un gran respeto, puesto que yo soy una de las hijas el rey. A lo que la criada humilde y rotundamente le respondió: - Acaso no sabes tu con quién estas hablando?. A mí también se me debe un gran respeto, puesto que yo soy una de las hijas de Dios.