Era muy exigente la hija de aquel rey, como correspondía a su linaje y abolengo.
Acababa de despedir a una de sus doncellas y decidió tomar a su cargo a otra recién llegada a la corte.
La primera vez que esta nueva doncella se dirigió a la princesa lo hizo de una manera muy coloquial, como lo haría con una amiga.
La princesa contrariada por esa conducta no tardó en increparle:
- ¿Acaso no sabes con quién estás hablando?. Se me debe un gran respeto, puesto que yo soy una de las hijas el rey.
A lo que la criada humilde y rotundamente le respondió:
- Acaso no sabes tu con quién estas hablando?. A mí también se me debe un gran respeto, puesto que yo soy una de las hijas de Dios.