Una de las mujeres de aquel poblado se dirigió al brujo del lugar para pedirle por su marido.
El hombre estaba pasando por una depresión y ella sabía que necesitaba ayuda.
El brujo, después de conocer la situación, le dijo a la mujer que, para esa curación, necesitaba un pelo de bigote de león, y que ella sería quien debería ir a arrancárselo.
La mujer, a pesar del miedo que le producía la idea de enfrentarse al león, al final se armó de valor y salió a su encuentro.
El primer día, cuando le vio, se quedó un buen rato quietecita y a mucha distancia de donde estaba el león.
Las tardes siguientes volvió a hacer lo mismo, pero la distancia cada vez iba siendo más corta.
Llegó un día en que casi se podían tocar los dos, pero el león ni se inmutó; tan acostumbrado estaba ya a la presencia de ella.
Poco a poco la mujer llegó hasta a acariciar al león y a este parecía agradarle; una de esas veces la mujer le agarró un pelo del bigote y con fuerza se lo arranco de un tirón, lo que no pareció molestarle lo mas mínimo al león.
Y sin esperar más, corrió a presentarlo al brujo del poblado.
El, después de escuchar lo sucedido, tomo el pelo, lo arrojó al fuego y aseguró a la mujer:
- ¡Tú no necesitas ninguna medicina!, está en tus manos la curación de tu marido.
- ¿Qué más puedo hacer yo? replicó ella.
- Si quieres que tu marido se ponga bien y ya no tenga más depresión, haz con él
lo mismo que has hecho con el león.
Y el cariño, la cercanía, la confianza y el respeto curaron al marido de su melancolía.