Un día cuando daba un paseo se le acercó una jovencita.
Atentamente escuchaba al digno anciano que le iba hablando del ilimitado poder de Dios y de su inmensa bondad.
La muchacha le interrumpió de repente y le dijo:
- Pero, señor, tu que eres tan sabio, dime: ¿Dónde habita propiamente Dios?. Yo quisiera verlo.
Franklin contestó riendo:
- Jovencita, mira hacia el sol.
- No puedo!, el sol me deslumbra.
Y el anciano sabio respondió:
- Mira, quieres ver a Dios y no puedes siquiera mirar el sol que es sólo una de sus obras. A Dios lo vemos de otra forma. Lo vemos con los ojos del alma. Procura ser cada día mejor. Si lo haces, en tu corazón se reflejará su presencia. Así se ve a Dios.