Aquel peregrino estaba cansado de caminar con su cruz de madera pintada de marrón, era demasiado pesada, demasiado grande; tenía doloridos los hombros y agarrotadas las manos; sus piernas ya no le respondían, se sentía agobiado.
Un amigo le propuso visitar la chatarrería de cruces, allí había de todo tipo y la podía cambiar.
El peregrino así lo hizo, y pronto se vio rodeado de miles de cruces, cada una con sus distintas características
- Esto es estupendo, ahora sí podré elegir la mejor.
Y dejando su cruz pintada de gris en un rincón, se lanzó a la búsqueda de su cruz perfecta.
-Después de un rato la encontró, y con ella al hombro
caminó alegre durante un tiempo, pero... no estaba limada y tenía salientes a lo largo de toda la madera,
pronto empezó a sentir dolor en el hombro.
La tiró y enseguida encontró otra que le pareció mejor, tenía el peso exacto para llevarse con facilidad, pero sin embargo, tenía los brazos muy cortos y se le caía cada dos por tres.
La tiró también y a los pocos metros por fin encontró la idónea, era muy fina y ligera, sin embargo era extremadamente larga, cada vez que daba una vuelta se tropezaba y se caía.
La tiró también.
Encontró después otras que en un primer momento parecían buenas,
pero al poco resultaban insoportables.
Pasaba el día y seguía sin encontrar una cruz para el.
Ya la noche era cerrada, cuando de pronto, y al punto de desesperarse,
entre las sombras, encontró una que, en principio, parecía incomoda pero enseguida resultó ser la que mejor se le adaptaba.
¡ Qué bien caminaba con ella !.
Cuando por fin llegó a su casa ya era el amanecer. Dejó la cruz a un lado para abrir la puerta, y al dar la luz descubrió con gran asombro que la cruz elegida era ni más, ni menos que su propia cruz de madera pintada de marrón.
La que toda su vida había despreciado y criticado.
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