Había oído decir que los Paskím, una tribu lejana, daban tierra de sus territorios a un precio muy módico.
Así, pues, se encaminó a aquellas tierras y cuando llegó se fue hasta el jefe y le preguntó si podía comprar algo de su tierra.
- Elige el pedazo que más te guste, dijo el jefe, tenemos mucha tierra.
- Y, ¿cuál será el precio?, preguntó.
- Nuestro precio es siempre el mismo, mil rublos al día.
Pajóm no entendió lo que quería decir.
- Al día, ¿qué medida es esa?, ¿a cuantas hectáreas equivale un día?.
- Tenemos tanta que no sabemos cómo medirla, dijo el jefe, por eso la vendemos por día, puedes tener tanta tierra como tus pies puedan abarcar en un día, sólo existe una condición, que vuelvas al punto de partida en el mismo día, de lo contrario perderás el dinero.
Pajóm se puso muy contento y sólo pensaba en cuanta tierra podía conseguir, después elegiría la mejor para vivir él, luego vendería la peor y otras las alquilaría.
Aquella noche no pudo dormir por la emoción, y a la mañana siguiente, muy temprano, ya estaba listo para comenzar su camino.
El jefe vino hasta Pajóm, se quitó su sombrero y lo puso en el suelo:
- Esta es tu señal, empiezas aquí y aquí tienes que volver, le dijo, toda la tierra que seas capaz de abarcar caminando durante todo el día hasta que el sol se ponga, será tuya.
Pajóm sacó el dinero, lo puso en el sombrero y luego tomando una bolsa con pan y un recipiente con agua, partió.
Al hombro llevaba una pala con la que iría marcando los límites. Caminó a zancadas por los pastizales y cuando el duro sol llegó a lo más alto, Pajóm se detuvo a comer un poco y a beber agua y enseguida prosiguió su recorrido.
Cuanto más caminaba mejor parecía la tierra, de modo que comenzó a caminar más rápido y más lejos.
De repente se dio cuenta de que se había alejado mucho y que el sol estaba muy bajo en el cielo.
Decidió volver rápido, pero se sentía cansado, notaba sus piernas débiles, y pronto sintió miedo. ¡Oh Dios!, pensó, he querido abarcar tanto que ahora puedo perderlo todo.
Caminó y caminó y por fin vio no muy lejos el sombrero junto al jefe, tomó aliento y corrió aun más, las piernas se le doblaron, cayó hacia adelante y rozó el sombrero con las manos dejando escapar un gemido.
- ¡Bravo, gritó el jefe, has ganado mucha tierra!.
Un trabajador de la tribu se acercó, quiso levantarlo pero descubrió que Pajóm estaba muerto.
La tribu le compadeció. El trabajador recogió la pala y cavó una tumba lo suficientemente grande para Pajóm y lo enterraron.
Dos metros de la cabeza a los pies, eso era todo lo que necesitaba.
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