Eran vecinos hacía ya un tiempo, una anciana piadosa y un joven engreído y sin nada de fe.
La anciana cada vez que salía al balcón y veía el sol de la mañana, se sentía agradecida y exclamaba:
- ¡Gloria a Dios!.
Entonces el vecino, cuando la escuchaba, salía a su balcón y le gritaba:
- ¡Dios no existe!
Un día que la anciana no tenía dinero para comprar comida, salió al balcón, como de costumbre, y después de agradecer el nuevo día, suspiró mirando al cielo mientras exclamaba:
- Dios mío, hoy no tengo comida, ayúdame.
El vecino, que la escuchó, salió de nuevo a su balcón para gritar como de costumbre:
- ¡Dios no existe!, no esperes su ayuda.
A la vez que pensaba cómo podía gastarle una broma.
La anciana, al día siguiente salió al balcón y lo encontró lleno de alimentos, tras la sorpresa y la alegría, alzó los ojos al cielo y gritó:
- ¡Gloria a Dios que ha escuchado mi petición humilde!.
El vecino, entonces, salió de detrás de un árbol exclamando:
- ¡Ja, ja, no ha sido Dios, sino yo quien puso ahí esos alimentos, para que veas que Dios no existe!.
La anciana le miró llena de alegría y dijo:
- ¡Gloria a Dios que no sólo me ha provisto de comida, sino que ha conseguido que el demonio me los pague!.
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