Habían oído que en su propio país se encontraba la Montaña Sagrada, pero nunca la habían visto.
Mirar hacia arriba no les agradaba, les era más cómodo mirar hacia abajo, por eso nunca la descubrieron.
Ella se alzaba poderosa hacia el cielo, esperando pacientemente a que las gentes descubrieran su belleza y su poder.
En un lugar del país había un enorme lago de aguas cristalinas, la montaña quedaba reflejada en él y muchos acudían al lugar para ver su reflejo; algunos, incluso, saltaban al agua y desgraciadamente se ahogaban, otros se convencieron de que en realidad no existía.
Un buen día, en medio de tanta confusión, un hombre cayó al suelo y casi muere pisoteado.
Tumbado boca arriba, él miró hacia el cielo y allí la vio, majestuosa e imponente. Trató por todos los medios de convencer a los demás de que la había visto, pero nadie le creyó, así que decidió buscarla por su cuenta.
Fue un viaje duro, pues el camino era empinado y muy peligroso, se desorientaba con facilidad, pero la visión de la montaña le animaba a seguir adelante a pesar de las dificultades.
A medida que avanzaba se iba encontrando con enfermos y discapacitados, o bien con personas que llevaban pesadas cargas a sus espaldas.
Fue entonces cuando comprendió que sólo aquellos que se habían caído al suelo por enfermedad, o por cansancio, habían logrado ver la Montaña Sagrada.
En definitiva, comprendió que sólo las personas perfectamente conscientes del significado de la palabra "abajo", eran capaces de levantar la mirada al cielo y contemplar la vida.
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