viernes, 3 de julio de 2015

Dos ovejas

En aquel valle vivía un sencillo granjero, tenía dos ovejas, estaba contento porque las dos habían parido y tenían dos hermosos y juguetones corderitos cada una.
Aquel día soltó a las madres, como siempre, para que fueran por los cerros y dejó a los corderitos en el corral, pues es muy arriesgado sacarlos tan pequeñitos.


Las dos ovejas cruzaron el río poco profundo, caminando sobre su firme lecho de piedras, pero al poco se desató un temporal y la lluvia fue repentina y torrencial y el río se desbordó.
El pastor llegó hasta la orilla y vio que sería inútil cualquier intento de cruzar aquel torrente.
Una de las ovejas se puso a pastar paciente en su orilla, esperando que las aguas bajaran, en cambio la otra se impacientó y comenzó a lamentarse:
- Este agua no descenderá, mis hijitos se morirán de hambre, aquí nos sorprenderá el lobo y nos atacará.
La compañera trató de apaciguarla:
- Recuerda que ya vimos otras crecidas y siempre vimos las aguas descender.
- Las otras crecidas no eran como esta, replicaba la oveja nerviosa.
Y sin escuchar las valerosas reflexiones, se arrojó al agua. 
El pastor la miraba impotente desde la orilla opuesta. 
La pobre oveja avanzó un par de metros, pero las aguas la arrastraron.
El pastor y la compañera vieron con pena cómo el cuerpo sin vida de la desdichada era llevado por la corriente.
Al atardecer las aguas ya habían descendido lo bastante.
El pastor lenta y juiciosamente llegó hasta la otra orilla, ató una cuerda al cuello de su oveja y ambos volvieron a cruzar el río.
Los corderitos aguardaban en el corral. El pastor hizo que los dos huerfanitos
mamaran de la oveja superviviente, que se constituyó en su madre adoptiva desde entonces.
Y es que sin esperanza es imposible tener paciencia, y la esperanza más hermosa es la que nace en las situaciones más desesperantes.

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