Aquel hombre había perdido para siempre a quien había querido sobremanera, sin que hubiera sido capaz de encontrar algo que le consolara de esa pérdida.
Yo le pregunté a ésta persona, profundamente deprimida, si había pensado alguna vez lo que hubiese sucedido en el caso de haber muerto él antes que su mujer.
- No es para imaginarlo, contestó; mi mujer se hubiera desesperado.
- Entonces vea usted de qué trance se ha librado su mujer, y usted ha sido precisamente quien se lo ha evitado, aunque le cueste tener que llorar su muerte ahora.
Reflexionó sobre mis palabras y después, poco a poco, empezó a tener sentido su dolor.
Su sino nadie podía cambiarlo, pero había cambiado su actitud frente a él.
El destino le había exigido su renuncia a la posibilidad de planear su vida junto a su esposa, pero le había quedado la posibilidad de tomar postura ante este destino:
la de aceptarlo y enfrentarse a él dignamente.
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