Un día, cuando el verano tocaba a su fin, los ánades hablaban de lo agradable que era su casa en invierno, y antes de que la tortuga empezase uno de sus interminables monólogos, le preguntaron si quería ir con ellos.
- Ya me gustaría, pero no tengo alas para volar, como vosotros, respondió su nueva amiga.
- Eso no es problema, repusieron, si quieres podemos llevarte. Sólo te ponemos una condición: que estés callada durante todo el viaje. ¿Podrás hacerlo?.
- ¡Claro que puedo!, dijo la tortuga muy molesta.
Entonces hicieron que la tortuga agarrara fuertemente con sus dientes el centro de un palo, mientras cada uno de ellos sostenía un extremo con sus picos.
Y así, los tres alzaron el vuelo.
El extraño espectáculo llamó la atención de mucha gente, que al verlos pasar, les gritaban sin parar.
Aquello fue demasiado para la tortuga que exclamó
- Si mis amigos desean llevarme, ¿qué os importa?.
No pudo decir más, porque al abrir la boca para hablar se soltó del palo y cayó en picado.
Y es que la charlatanería nos puede un buen disgusto.
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