viernes, 20 de octubre de 2017
La apuesta y el labriego
El mal tiempo refunfuñaba siempre y por todo, y además la soberbia que tenía era enorme. Se creía el mejor en todo y el más potente, y por tanto todo el mundo debía rendirle pleitesía.
Un día el sol, cansado de sus bravuconadas, le propuso algo para ver quién tenía más poder.
Se trataba de ver quién le hacía quitar, antes, la chaqueta a un humilde labriego que surcaba la tierra con dedicación.
El mal tiempo aceptó con el total convencimiento de que no tardaría mucho en lograr su objetivo.
Empezó mandando un fuerte viento sobre la zona, creyendo que al labriego se le saldría la chaqueta con un buen golpe se viento, y casi lo consigue, pero el labrador logró recuperarla cuando ya sólo la agarraba con una sola mano.
El mal tiempo, entonces, llamó a la lluvia, pero lo único que consiguió fue que el labriego se cubriera con su chaqueta hasta la cabeza.
El mal tiempo, entonces, hizo venir al granizo, al viento huracanado y hasta un pequeño terremoto, pero sólo consiguió que el hombre se aferrara más y más a su vieja chaqueta.
Le llegó al fin el turno al sol, éste salió poco a poco por encima de una loma y empezó a calentar aquellas tierras, de una manera débil al principio hasta que, pasado un tiempo, el calor era tan evidente que el labriego optó por quitar su chaqueta, sin esfuerzo, como quien se deshace de un lastre inútil.
- Esta es la paradoja, susurró el buen sol al mal tiempo,
- Esta es la paradoja, que cuanto más bravucón y tozudo te muestres para conseguir que los demás hagan lo que tu quieras, menos lo vas a conseguir.
Y es que más se consigue por la miel, es decir, por la suavidad, y el respeto;
que por la hiel, es decir, por el mandato y la intransigencia.
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