En cierta ocasión, en una ciudad oriental, hubo un motín a causa del hambre y la gente se reveló contra el califa.
Un día en que el califa pasó a caballo por sus calles, los ciudadanos lo abordaron. Uno de ellos, más desesperado que los demás, se llegó a él, lo agarró de la barba, y a no ser por la intervención de un guardia, lo hubiera derribado de la silla.
Se restableció el orden; se distribuyeron alimentos y se apaciguó la multitud descontenta.
Pero un tendero llamado Hassan quiso congraciarse con el califa y fue a decirle el nombre del ciudadano que le había tirado de la barba.
- Fue, le dijo, un tal Kasim.
El califa envió recado a Kasim para que se presentara ante él.
El culpado, temblando de terror llegó a su palacio y se postró a los pies del califa
implorando misericordia y perdón.
- ¡Levántate, Kasim!, le dijo el califa, no te he llamado para castigarte, sino para avisarte de que Hassan es un mal vecino. El fue quien vino a revelarme tu nombre, como principal asaltante durante el motín. Vete en paz y desconfía siempre de los soplones, terminó el califa.
Una carpintería tubo en una ocasión una extraña asamblea.
Las herramientas querían arreglar sus diferencias, que no eran pocas.
En tal reunión el martillo ejerció la presidencia, pero todos por unanimidad le notificaron que tenía que renunciar: era demasiado el ruido que hacía y además se pasaba todo el día golpeando a diestra y siniestra .
El martillo aceptó de mala gana pidiendo que también fuera expulsado el tornillo, porque había que darle vueltas y vueltas para que sirviera para algo y eso era un engorro.
Ante este ataque tan directo, el tornillo aceptó también, no sin antes pedir la expulsión de la lija, era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado así mismo el metro pues media a todos según su propia medida, como si fuera el único perfecto.
En estas discusiones entró el carpintero, se puso en medio, e inició su trabajo.
Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo y alguno más.
Al final, la tosca madera inicial se convirtió en un lindo juego de ajedrez.
Cuando la carpintería quedó de nuevo sola, se reunieron para deliberar.
Fue entonces cuando tomo la palabra el serrucho y dijo solemne:
- Todos tenemos defectos, sin embargo el carpintero trabaja con nuestras cualidades, eso es lo que nos hace valiosos. No pensemos en nuestras diferencias sino en la utilidad para la que hemos sido creados.
Todos vieron entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía, la lija afinaba, el metro era preciso y así todos.
Se sintieron un gran equipo, capaces de hacer juntos cosas estupendas y estuvieron orgullosos de sus cualidades y de trabajar en equipo.
Temía lo que opinaran los demás de mí,
hasta que reconocí que lo importante era mi opinión sobre mi mismo.
Temía la ingratitud
y me di cuenta de que darme es el mejor regalo.
Temía que me rechazaran,
pero vi que la mayoría de los rechazos están en mi propia exageración.
Temía el resentimiento,
Hasta que descubrí que es a mí a quien hace daño.
Temía el pasado,
pero comprendí que todo fue perfecto.
Temía el cambio,
y caí en la cuenta de que ahí estaban mis tesoros del futuro.
Temía envejecer,
pero vi que cada estación tiene su encanto.
Temía el dolor,
hasta que descubrí que yo podía retenerlo o soltarlo.
Temía la muerte,
pero aprendí a vivir con plenitud cada instante.
Temía la verdad,
y encontré en ella la oportunidad de ver luz y liberarme.