Un día en que el califa pasó a caballo por sus calles, los ciudadanos lo abordaron. Uno de ellos, más desesperado que los demás, se llegó a él, lo agarró de la barba, y a no ser por la intervención de un guardia, lo hubiera derribado de la silla.
Se restableció el orden; se distribuyeron alimentos y se apaciguó la multitud descontenta.
Pero un tendero llamado Hassan quiso congraciarse con el califa y fue a decirle el nombre del ciudadano que le había tirado de la barba.
- Fue, le dijo, un tal Kasim.
El califa envió recado a Kasim para que se presentara ante él.
El culpado, temblando de terror llegó a su palacio y se postró a los pies del califa
implorando misericordia y perdón.
- ¡Levántate, Kasim!, le dijo el califa, no te he llamado para castigarte, sino para avisarte de que Hassan es un mal vecino. El fue quien vino a revelarme tu nombre, como principal asaltante durante el motín. Vete en paz y desconfía siempre de los soplones, terminó el califa.
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