domingo, 27 de marzo de 2011

La experiencia

A los 5 años aprendí
que a los pececitos dorados no les gustaba la gelatina.
A los 10 aprendí
que la profesora sólo me preguntaba cuando no sabía la respuesta.
A los 15 años aprendí
que cuando mi cuarto quedaba del modo que yo quería,
mi madre me mandaba ordenarlo.
A lo 20 aprendí 
que los grandes problemas siempre empiezan pequeños.
A los 25 años aprendí
que nunca debía elogiar la comida de mi madre
cuando estaba comiendo algo preparado por mi mujer.
A los 30  aprendí
que el titulo obtenido no era la meta señalada.

A los 35 años aprendí
que cuando mi mujer y yo teníamos una noche sin chicos,
pasábamos casi todo el tiempo hablando de ellos.
A los 40 aprendí
que no se cometen muchos errores con la boca cerrada.
A los 45 años aprendí
que cuando estoy viajando, quisiera estar en casa,
y que cuando estoy en casa, me gustaría estar viajando.
A los 50 aprendí
Que puedes saber que tu esposa te ama 
cuando quedan dos croquetas y elige la menor.
A los 55 años aprendí
que no puedo cambiar lo que pasó
pero que puedo dejarlo atrás.
A los 60 años aprendí
que niños y abuelos son aliados naturales.
A los 65 aprendí
que si esperas a jubilarte para disfrutar de la vida,
 esperaste demasiado tiempo.
A los 70 años aprendí
que la mayoría de las cosas por las que me he preocupado
nunca suceden.
A los 75 aprendí
que si las cosas van mal, yo no tengo por qué ir con ellas.
Hoy a los 80 años me doy cuenta  
de que tengo muchas cosas que aprender.

martes, 22 de marzo de 2011

Perla 45

LA MAYORÍA SIGUE LA CORRIENTE.


TU ÚNICA OBLIGACIÓN:
SER COMO REALMENTE ERES.

jueves, 17 de marzo de 2011

La suerte

Vivían en aquel poblado un padre y un hijo muy pobres, a los cuales todos los vecinos compadecían, y decían a veces:
- ¡Qué mala suerte!, nunca saldrán de la pobreza.
A lo que el padre respondía:
- Mala suerte, buena suerte. ¿Quién sabe?.
Un día, paseando los dos, vieron un caballo abandonado en un campo, y como nadie lo reclamó, se quedaron con él.

Esto cambió su suerte, el caballo les iba a sacar de la pobreza.
- ¡Qué buena suerte!, se alegraban los aldeanos.



- Buena suerte, mala suerte. ¿Quién sabe?. seguía diciendo el padre.
Al poco tiempo el caballo desapareció, y nadie sabía donde fue.
- ¡Qué mala suerte!, todos se lamentaban.
- Mala suerte, buena suerte. ¿Quién sabe?. continuaba el anciano.
Semanas más tarde apareció el caballo con una hermosa yegua salvaje y los dos se quedaron en el establo de la casa.
- ¡Qué buena suerte!, ahora tienen dos animales. Los vecinos sonreían alegres.
- Buena suerte, mala suerte. ¿Quién sabe?. volvía el padre con sus antiguos razonamientos.
El hijo quiso domesticar a la yegua, pero cayó por el suelo y quedó sin poder  moverse por un tiempo.
- ¡Qué mala suerte!, los vecinos no salían de su asombro.
- Mala suerte, buena suerte. ¿Quién sabe?. El padre no cambiaba de manera de pensar.
Por entonces el país aquel entró en guerra pero el joven no pudo ir por estar impedido por la caída de la yegua.
- ¡Qué buena suerte!, todos sus amigos se congratulaban con él.
- Buena suerte, mala suerte. ¿Quién sabe?.  Las dos van juntas en la vida, aseguró el padre; se confunden en el camino, y nos confunden, y es que nunca sabremos exactamente si lo que nos pasa es bueno o malo, por muy claro que lo veamos.
El anciano sí que lo tenía verdaderamente claro.

lunes, 7 de marzo de 2011

De pobre a pobre

Estaba Dios sentado en su trono y decidió bajar a la tierra en forma de mendigo,
pobre y harapiento.
Llegó entonces el Señor a la casa de un zapatero y mantuvieron esta conversación:
- Mira que soy tan pobre que no tengo ni siquiera otras sandalias, como ves las que llevo están rotas, inservibles. ¿Podrías tu repararlas por favor?, mira que no tengo dinero.
El zapatero le respondió:
- ¿Acaso no ves ni pobreza?, estoy lleno de deudas y aún así me pides que repare gratis tus sandalias.
- Te puedo dar lo que quieras si me las arreglas, le dijo Dios.
Y el zapatero con mucha desconfianza repuso:
- ¿Me puedes dar tu el millón de monedas que necesito   para ser feliz?.
- Te puedo dar cien millones de monedas de oro, pero a cambio me tienes que dar tus pies.
-¿De qué me sirven cien millones sino tengo pies.
El Señor volvió a proponerle;
- Te puedo dar quinientos millones de monedas de oro si me das tus brazos.
- no puedo hacer nada con quinientos millones de monedas si no tengo brazos.
- Te puedo dar mil millones e monedas de oro si me das tus ojos.
- Y dime, respondió el zapatero, ¿Qué podría hacer yo con tanto dinero si no podría ver el mundo, ni a mis hijos, ni a mi esposa, para compartir con ellos.
Dios sonrió y le dijo:
- ¡Ay, hijo mío!, ¿cómo dices que eres pobre, si te he ofrecido ya mil millones de monedas de oro y no las has cambiado por las partes sanas de tu cuerpo?. Eres tan rico.... y no te has dado cuenta.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Perla 43