La nuera comenzó a quejarse de la torpeza con que todo lo rompía.
Airada subió al desván y de allí trajo un desgastado cuenco de barro,
asegurando que a partir de aquel día le daría de comer en él.
El anciano suspiraba asustado, sin atreverse a decir nada.
Pasó el tiempo, y una tarde cuando los padres venían de viaje, antes de entrar en casa, vieron a uno de sus hijos manipulando un trozo de de barro.
- ¿Qué haces, hijo?, le preguntaron.
El hijo sin a penas levantar la cabeza, aseguró:
- Estoy preparando un cuenco para daros de comer a mamá y a ti cuando seáis viejos y vengáis a mi casa.
El marido y la esposa recapacitaron, se miraron y se sintieron tan avergonzados de su proceder que enseguida buscaron al abuelo para pedirle perdón, así como también al hijo.
Las cosas cambiaron radicalmente en aquella casa a partir de aquel día.
Su hijo les había dado una lección de sensibilidad y buen corazón.
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