Cuando tenía cinco años, su abuela le enseño que Jesús cuando nació era tan pobre que no tenía una cunita blanda, ni sábanas, ni mantas calentitas.
- ¿No te gustaría ofrecerle tú esas cosas?. Le preguntó.
- ¡Cómo me gustaría!, pero....¿Cómo puedo yo hacer todo eso?.
- Pues escucha: cada acción buena que hagas será una pluma para el colchoncito
y cada oración será el hilo para la sabanita.
Desde entonces decidió juntar muchas plumas para el colchón y fabricar hilos para la sabana. Pero, ¿Qué cosas podía hacer?....
"No le tires la pelota y así tienes una plumita para el niño Jesús".
No le tiró la pelota y así guardó en su corazón la primera pluma.
Otro día, cuando su tío le dio unos caramelos, ya sabía ella que tenía que cambiarlos por otra plumita; en lugar de comérselos, los guardó en el bolsillo del abriguito de su hermana pequeña.
Todo se transformaba en plumas, pronto Paulita había juntado 19 plumas.
"¿Bastarían?", pensó, y como no sabía si 19 eran suficientes cogió el colchón de la cunita de su hermana, sacó 19 plumas., y ....
¡Qué desilusión al ver el pequeñísimo montón!.
"No importa", pensó. En ese momento le dominaba un solo pensamiento:
"Más plumas, necesito más plumas".
¡Cómo se esforzaba!, vivía atenta para no perder la ocasión de hacer el bien.
Durante esas cuatro semanas de Adviento Paulita fue la más amable de las compañeras, , la más obediente de las hijas y muchas cosas más.
¿Y cómo hacía las sabanitas?, pues cada vez que pasaba por una iglesia o veía una imagen de la virgen le rezaba una oración.
Y finalmente llegó la Navidad y la hermosa Nochebuena. Paulita estaba arrodillada cerca del Belén, era una dulce conversación la que mantenía con Jesús:
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