miércoles, 20 de noviembre de 2013

El árbol y el muchacho

Al pequeño le gustaba jugar cerca de su casa donde crecía un árbol solitario y
hermoso.
Cuando el niño tenía tiempo subía por su tronco y se columpiaba en sus ramas.
En su casa la comida escaseaba, y como al árbol ya le asomaba algún que otro fruto maduro, el niño le confesó:
- Necesito comer, tengo hambre.
El generoso árbol le ofreció:
- Toma de mis frutos y aliméntate.
El niño entonces subió por su joven tronco y comió las sabrosas frutas que colgaban de sus ramas.
El chico crecía y el árbol a su vez iba fortaleciéndose.


Un día, cuando ya era un apuesto joven, se acercó al árbol amigo para decirle que había encontrado el amor de una buena mujer y que se casaba.
- Necesito una casa para vivir con mi futura familia, le decía reflexionando sobre su futuro.
Y el generoso árbol le volvió a ofrecer:
- Coge la madera de mis ramas para poder hacerla.
Y así lo hizo, el joven gracias a su amigo pudo fabricar una casa humilde y cómoda.
Algún tiempo después, el ya hombre maduro, vino para hacerle una nueva confesión a su buen árbol, y le anunció:
- Tengo que ir a tierras lejanas y conseguir un futuro mejor para los mios, necesito un barco, pero no tengo dinero para comprarlo.
De nuevo el generoso árbol volvió a ofrecerse:
- Toma mi tronco, es grande y fuerte, justo lo que necesitas.
Y gracias a su tronco pudo construir un barco y navegar hacia tierras más prósperas.
Pasaron los años, anciano y cansado, volvió el hombre a visitar a su viejo, y siempre recordado árbol.
- Necesito descansar, le dijo ya casi sin fuerzas, y el árbol, tan generoso como siempre, no dudó ni un instante:
- Aquí tienes mi tronco talado y reposa sobre él tu cuerpo cansado.
Y el anciano junto al árbol, y el árbol junto al anciano descansaron juntos, unidos como siempre lo habían estado.


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