su hijo había muerto.
Desde que le faltara, a penas podía dormir, lloraba y lloraba hasta la mañana.
- ¡Basta ya!.
- No puedo soportar la idea de no verlo más, se lamentaba la madre.
- Si lo quieres ver, ven conmigo.
La cogió de la mano y la subió al Cielo.
Por un largo camino comenzaron a pasar gran cantidad de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos.
- Estos, explicó el ángel, son los que han muerto en estos últimos años, todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros. Pronto veras a tu hijo, viene por allí.
La madre por fin lo vio, tan radiante como lo recordaba.
Pero había algo que la conmovió; de todos, era el único que tenía la vela apagada.
En ese momento, el chico la vio y fue corriendo a abrazarla, ella también le abrazó con todas las fuerzas de su ser, y luego le preguntó:
- Hijo, ¿porqué tu vela no tiene luz?, ¿no la encienden como las de los demás?.
- Sí, claro, mamá, cada mañana encienden mi vela, como a todos, pero después tu con tus lágrimas la apagas, y así hasta el día siguiente.
Y se dice que desde aquel día, el regalo de la visión de su hijo en el Cielo secó para siempre las lágrimas de aquella madre, y la paz de nuevo volvió a instalarse en su corazón.
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