barrizal y los soldados no veían la manera de sacarlo de allí.
Uno de los componentes del destacamento que acababa de llegar, al ver aquella situación, preguntó al sargento porqué no ayudaba a los soldados.
- ¿Por qué he de hacerlo?, yo soy el sargento y eso es cosa de soldados.
respondió con altanería.
Sin pérdida de tiempo, el recién llegado, alto y algo flacucho, se quitó la chaqueta y se unió a los soldados en la dura faena de sacar el vehículo del lodazal en que estaba sumergido.
Terminada la tarea, ese hombre se lavó las manos en el río, se puso la chaqueta de nuevo y se dirigió al sargento:
- Cuando usted necesite mi ayuda, le ruego, llámeme. Con mucho gusto le atenderé.
- ¿Y quién es usted?, preguntó entonces intrigado el sargento.
Seguidamente escuchó la respuesta:
- Abraham Lincoln, presidente de la nación.
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