Una día, cuando paseaba por la playa, aquel
hombre tuvo la audacia de pedirle al Señor
una señal de su presencia en su propia
vida.
Cuando emprendió el camino a casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras huellas cercanas.
-Mira, ahí tienes la prueba, le dijo el Señor. Esas pisadas que ves, tan cercanas a las tuyas, son las de mis pies. Yo siempre he caminado a tu lado.
La alegría de aquel hombre fue inmensa.
Pero no siempre fue así, porque vinieron tiempos de tormenta para él.
Un día caminaba taciturno por la playa. Volvió sobre sus pasos y sólo observó sobre la arena las huellas de dos pies descalzos.
- Señor, has caminado a mi lado cuando estaba alegre, pero ahora que el desánimo hace mella en mi vida me has dejado sólo. ¿Dónde estás ahora?.
-Amigo, cuando estabas bien yo caminaba a tu lado, pero ahora que estás cansado y abatido he preferido llevarte en mis brazos.
Las pisadas que ves en la arena son las mías,
marcadas por el peso de tu propio cansancio.
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