Carta de un hijo a todos los padres del mundo - No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta dónde puedo llegar. - No me grites, te respeto menos cuando lo haces. - No me des órdenes. Pídeme las cosas y las haré con más gusto. - Cumple las promesas, tanto si son buenas como malas. - No me compares con nadie; si me haces lucir más, alguien va a sufrir; si me haces lucir peor, sufriré yo. - No cambies de opinión sobre lo que debo hacer; decide y mantén esa decisión. - Déjame valerme por mi mismo; si haces todo por mí, nunca aprenderé. - No digas mentiras delante de mi, ni me pidas que yo las diga por ti; me harás sentir mal y perder la fe en lo que dices. - Cuando hago algo mal, no me exijas que te diga por qué lo hice. A veces ni yo mismo lo se. - Cuando estás equivocado en algo, admítelo; crecerá la opinión que tengo de ti y me enseñarás a admitir mis equivocaciones también. - Trátame con la misma amabilidad con la que tratas a tus amigos. Que seamos familia no quiere decir que no seamos amigos también. - No me digas que haga una cosa que tu no haces. - Cuando te cuente un problema no digas que eso no tiene importancia, trata de comprenderme y ayudarme. - Quiéreme y dímelo, a mi me gusta oírtelo, aunque tu no creas que es necesario decirlo.
Una día, cuando paseaba por la playa, aquel hombre tuvo la audacia de pedirle al Señor una señal de su presencia en su propia vida. Cuando emprendió el camino a casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzos había otras huellas cercanas. -Mira, ahí tienes la prueba, le dijo el Señor. Esas pisadas que ves, tan cercanas a las tuyas, son las de mis pies. Yo siempre he caminado a tu lado. La alegría de aquel hombre fue inmensa. Pero no siempre fue así, porque vinieron tiempos de tormenta para él. Un día caminaba taciturno por la playa. Volvió sobre sus pasos y sólo observó sobre la arena las huellas de dos pies descalzos. - Señor, has caminado a mi lado cuando estaba alegre, pero ahora que el desánimo hace mella en mi vida me has dejado sólo. ¿Dónde estás ahora?. -Amigo, cuando estabas bien yo caminaba a tu lado, pero ahora que estás cansado y abatido he preferido llevarte en mis brazos. Las pisadas que ves en la arena son las mías, marcadas por el peso de tu propio cansancio.