Los maestros guitarristas comprobaron entonces que todas estaban desafinadas y se contrató a un afinador que pronto se puso manos a la obra.
Sosteniendo bien la primera guitarra, comenzó a tirar de las cuerdas y a tensar
una, y otra, y otra...
- ¡ Uuhii !. ¡ Ohh !. ¡ Aaay !, chilló la primera infortunada.
Las otras oyeron los gemidos, vieron lo que estaba ocurriendo y quedaron aterradas. Una de ellas exclamó:
- Miradle, es un sádico, parece que disfruta haciéndonos sufrir.
Todas temblaban de miedo, pero el afinador ni se dio por enterado y continuó su trabajo implacable.
Entre tanto, en el último rincón, semioculta, detrás de un cojín, estaba Adela,
una de las guitarras más pequeñas, y muerta de miedo rezaba:
- Te lo ruego, Señor, no permitas que me encuentre y sálvame de ese torturador.
Y sucedió que el afinador no la vio.
- ¡ Gracias !. ¡ Gracias Señor !, repetía mientras las demás se retorcían de dolor.
Por la tarde llegaron los músicos, listos para su próxima interpretación.
Después de probar las guitarras, todos coincidieron en que ahora sus sonidos eran fantásticos y armoniosos.
Por supuesto las guitarras se sintieron muy orgullosas y ya no recordaban las penurias de la mañana.
Un músico descubrió en un rincón a la pequeña Adela, apenas tocó sus cuerdas , todos vieron que debían prescindir de ella, y allí se quedó, sola, comprobando que por no pasar un pequeño tiempo de sufrimiento, ahora era la más desgraciada y la más inútil de las guitarras.
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